Cuentan las historias, que un día de hace muchos tiempos, los dioses del Mayab –región peninsular hoy conocida como Yucatán- vieron con tristeza y preocupación que la tierra dejaba de ser fértil. Después de mucho meditar, Chaac, señor del aguas y de la lluvia, y Yum Kaax, dios de la agricultura y del maíz, decidieron que lo mejor sería recurrir a la ayuda Kauil, el dios del fuego, para que con una llamarada hiciera arder la milpa, y sus cenizas fertilizaran la tierra.
Para ello, convocaron a todas las diferentes especies de aves, y les explicaron que su ayuda era indispensable para recolectar las semillas que harían renacer de nuevo la selva. Casi sin pensarlo, el pájaro Dziú (Molothrus aeneus) fue el primero salir volando para cumplir la encomienda de los dioses. Y, por el contrario, el pájaro Toh (Eumomota superciliosa), ave que en aquel entonces poseía una preciosa cola larga de brillantes colores –que por supuesto no quería dañar con el fuego-, decidió esconderse entre las grietas de un cenote donde pronto se perdió en un profundo sueño.
A llegar a lo más profundo de vegetación, donde el incendio ardía con más fuerza, el pájaro Dziú -quizá también el más valiente- entró y salvó la semilla más valiosa: la del maíz. Sin embargo, apenas libró las llamas, cayó al suelo con las alas quemadas y los ojos enrojecidos de tanto humo.
Cuando se dio cuenta de que el incendio había terminado, y que las demás aves salían de sus refugios a reunirse con sus semillas, el pájaro Toh también salió de su cueva fingiendo estar exhausto, pero sin percatarse que parte de su majestuosa cola había sido consumida por las llamas.
Como reconocimiento por su gran valor, los dioses y las demás aves le otorgaron al Dziú el privilegio poder depositar sus huevos en cualquier nido, ya que se encargarían por siempre de asegurar su descendencia; aunque perduró hasta nuestros días el color negro de sus alas y los ojos color fuego. Avergonzado, el solitario Toh regresó a las cuevas de los cenotes donde aún, con un poco de suerte, se puede admirar su policromático plumaje y lo que quedó de su larga cola.
*Esta historia es una adaptación de dos leyendas mayas.
Este par de especies son sólo una mínima parte de las aves que alberga el estado de Quintana Roo, el cual, cada vez se populariza más entre los destinos preferidos para llamado turismo birdwatching, o de avistamiento de aves. Actividad no sólo recomendada por sus entretenidos paseos entre senderos por la selva, cerca del manglar, de la playa o cenotes; sino también como una oportunidad para ofrecer una experiencia diferente a la familia y, a la vez, fomentar en los más pequeños el cuidado a los ecosistemas y sus especies.
Por tanto, he aquí algunos lugares y recomendaciones para vivir esta imperdible aventura:
Parque Nacional Isla Contoy:
Localizado a 30 kilómetros al norte de Isla Mujeres, justo donde confluyen las aguas del mar Caribe y el Golfo de México, donde comienza la segunda barrera de arrecife más larga del mundo, el Gran Arrecife Mesoamericano, este Parque Nacional es hogar de 173 tipos de aves registradas. Bajo la administración de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), el área natural protegida llega a albergar cada invierno una población de más de 10 mil plumíferos ejemplares; entre ellos, cormoranes, golondrina marina, garzas, fragatas, águilas pescadoras, flamingos rosados, y muchísimas otras aves migratorias. Por tanto, no es de extrañarse que la ínsula sea reconocida como el refugio de aves marinas más importante del Caribe Mexicano.
Por protección y preservación del hábitat, el número de visitantes está limitado a 200 por día, de 9:00 a 17:00. El acceso es por vía marítima, en tours de embarcaciones que zarpan desde Cancún, Puerto Juárez e Isla Mujeres. Si decide visitar isla Contoy en verano, no olvide caminar con mucho cuidado por la playa, pues es la temporada de desove de la tortuga carey, la blanca y la caguama. Y si lo que desea es conocer de cerca de uno de los gigantes del océano, recuerde que de junio a septiembre, el impresionante y pacífico tiburón ballena llega a alimentarse a estas costas.
Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro:
A poco más de 40 kilómetros frente a las playas del municipio de Othón P. Blanco, entrando en embarcación por Majahual e Xcalak, se encuentra Banco Chinchorro, atolón que pertenece al de Sistema Arrecifal Mesoamericano –un must entre los amantes del buceo-. Es también un sitio de descanso y anidación para 129 especies de aves detectadas a la fecha, de las cuales, más de 60 por ciento son migratorias. El rabihorcado, la cerceta aliazul, gavilán de caminos, garza morena y la cigüeña, son algunos ejemplos.
Conformado por cuatro zonas arenosas emergidas -mejor conocidas como cayos de arena-: Cayo Norte, Cayo Centro, y al sur Cayo Blackford y Cayo Lobos, es también hogar de una población muy especial de cocodrilo americano (Crocodylus acutus); ya que por el aislamiento, la información genética de este saurio se ha mantenido más pura que la de sus parientes en tierra firme. Habitan en lagunas internas de Cayo Centro y Cayo Norte, y aunque son tolerantes al agua salada, nadie ha podido explicar como llegaron ahí.
Por si fuese poco, este paraíso resguarda también una muestra de la historia de la navegación en América, pues aún hay restos de navíos hasta de la época colonial, entre los siglos XVI y XVIII. Algunos cascos semisumergidos sirven de guarida a especies marinas y también para nido de aves, como gaviotas y pelícanos.
Reserva de la Biosfera Sian Ka´an:
Siendo la reserva más grande de Q. Roo (con aproximadamente 530 mil hectáreas), Sian Ka´an es el sitio imperdible para llenar la libreta de “Aves por ver en la vida”. Con más de 320 especies, no sólo le hace honor a su nombre, que en lengua maya significa “Puerta del cielo” o “donde nace el cielo”; sino que además, gracias a su esplendorosa biodiversidad, fue declarada Patrimonio de la Humanidad desde hace casi tres décadas. Esta área natural protegida aloja también la mayor extensión de hábitat de cocodrilos en el país, y sólo para darnos una idea de su importancia ecológica, nombraremos algunos de sus hábitats: arrecifes coralinos, duna costera, humedales, manglares, marismas de zacate, cenotes, petenes, selva, lagunas de agua dulce y de agua salobre, entre otros.
Esta maravilla natural pertenece a los municipios de Felipe Carrillo Puerto y Tulum, y se halla a unos cuantos kilómetros de la Zona Arqueológica de este último. Si bien, lo más recomendable es llegar en automóvil, en un recorrido que comienza a partir del arco de la zona hotelera de Tulum; también puede preguntar por los horarios de un transporte público que, dicen, va una vez al día a dejar a las personas que trabajan ahí. Si lo que busca es pasar una noche bajo las estrellas, le recomendamos preguntar al guardaparques por el área de campamento; de no ser posible, existe un centro ecológico llamado Cesiak, que ofrece unas enormes carpas sobre tarimas totalmente equipadas. Si se decide emprender el viaje, vale la pena quedarse algunos días para conocer la reserva hasta Boca Paila y Punta Allen.
Cozumel, la isla de las Golondrinas:
Por supuesto, no podíamos dejar de mencionar la famosa Isla de las Golondrinas, donde se han llegado a registrar más de 240 tipos de aves, de las cuales, al menos 80 son vistas cada año. Esto, debido a que Cozumel es paso obligatorio en una ruta migratoria por bajas temperaturas, que se extiende a todo lo largo del Continente Americano. Colirrojo americano, focha americana, el pato silbón, son algunos de estos alados amigos. Sin dejar de mencionar el cuitlacoche de Cozumel (Toxostoma guttatum), especie endémica de la ínsula, y que no existe en ningún otro lugar del mundo; lo que la convierte en una de las aves mexicanas con mayor amenaza de extinción.
Afortunadamente, los cozumeleños han procurado preservar gran parte de su hábitat e, incluso, en coordinación con aficionados al avistamiento de aves y ambientalistas, la Fundación de Parques y Museos de Cozumel lleva a cabo un “Programa de Monitoreo de Aves”. En caso de que decida ir a conocer al inigualable pájaro cuitlacoche, le recomendamos preguntar por la reserva natural privada Villa Maya, un proyecto de conservación ecológico y cultural fundada desde 1992. Incrustado en el corazón de la Isla, muy cerca de la zona arqueológica de San Gervasio, es el lugar ideal para quienes gustan de practicar actividades al aire libre; pues además de pasar la noche en la selva, bien pueden dar un paseo en bicicleta o hacer una caminata de observación de aves, ya que el creador de este mágico sitio, el biólogo Sergio Suárez, es también uno de los que comparten esta pasión. Para mayores informes, puede visitar la página www.expeditionsczm.com, o enviar un mail .