Cultura

Impactante: esta gran ciudad francesa, clasificada entre las más sucias y peligrosas de Europa

El brillo mediterráneo de Marsella convive con una realidad menos fotogénica: una percepción de suciedad e inseguridad que la coloca en el punto de mira europeo. En una encuesta a gran escala, la ciudad ha quedado mal parada en criterios clave de calidad de vida urbana, desde la limpieza hasta la sensación de seguridad. El contraste entre el mito de la postal y la vida cotidiana resulta tan evidente como incómodo para sus habitantes.

Bajo el foco europeo

La capital focense no destaca esta vez por sus calas ni por su Vieux-Port, sino por un puesto desfavorable en un ranking de grandes ciudades europeas. Según una investigación con decenas de miles de encuestados, Marsella aparece entre las urbes peor valoradas en limpieza y seguridad. Solo Roma y Palermo la adelantan en este escalafón tan poco envidiable.

La metodología cruzó percepciones de habitantes con indicadores sobre infraestructuras, espacios públicos y confianza en las instituciones. El retrato resultante es duro, pero también matizado: la ciudad combina energía cultural y tensiones sociales que se manifiestan en la calle. Para muchos, esa mezcla de creatividad y fractura define hoy la experiencia urbana marsellesa.

Un problema persistente de limpieza

En el terreno de la limpieza, la crítica es insistente y se repite en numerosos barrios. La gestión de residuos se percibe como caótica, con bolsas rotas, contenedores saturados y mobiliario urbano degradado. El 65% de los residentes califica mal la calidad de sus espacios verdes, una cifra que ilustra un malestar visible en aceras y plazas.

La comparación con urbes como Zúrich o Copenhague resulta difícil para la moral local. Allí los ritmos de recogida son predecibles, las papeleras se vacían a tiempo y el diseño del espacio público facilita su apropiación cívica. En Marsella, el eslabón débil parece ser la continuidad del servicio, con picos de saturación y puntos ciegos de mantenimiento.

Síntomas cotidianos que señalan el problema:

  • Contenedores con desbordes recurrentes en arterias muy transitadas.
  • Aceras con microbasurales de envases y cartón tras fines de semana.
  • Mobiliario urbano deteriorado que demora semanas en repararse.
  • Escasa coordinación entre barrido manual y recogida mecanizada.
  • Falta de concienciación y sanciones visibles por incivismo.

Inseguridad que cala en la vida diaria

El otro gran foco de preocupación es la seguridad. Solo el 43% de los marselleses declara sentirse seguro en su ciudad, una brecha importante frente a urbes europeas con altos niveles de satisfacción. El fenómeno se alimenta de hechos violentos localizados, muy mediáticos, que moldean la percepción general.

Determinados distritos concentran tensiones por el tráfico de estupefacientes y conflictos de convivencia. No se trata de un rechazo global a la ciudad, sino de un malestar urbano que erosiona la confianza y condiciona los usos del espacio público. La movilidad nocturna, el alumbrado y la presencia policial son variables que la población asocia a esa sensación de riesgo.

Marseille, seguridad bajo presión

“Sin un esfuerzo sostenido y visible en limpieza y seguridad proximidad, el cambio de percepción será lento y frágil”, resume un urbanista local, sintetizando la impaciencia de muchos vecinos.

Fortalezas que no se apagan

Pese al diagnóstico severo, Marsella conserva un patrimonio excepcional y un dinamismo cultural que no se detiene. Su puerto la ancla al Mediterráneo y al mundo, con un tejido creativo que suma festivales, galerías y proyectos de innovación social. La ciudad impulsa además una transición ecológica con iniciativas de reverdecimiento, rehabilitación energética y movilidad suave.

El problema es la distancia entre la ambición de los anuncios y su aterrizaje en la vida cotidiana de los barrios. Las desigualdades territoriales son profundas, y la entrega desigual de servicios agrava la brecha. Allí donde la acción pública es constante, el cambio se nota; donde no lo es, se refuerza el relato negativo.

¿Qué puede cambiar a corto y medio plazo?

La experiencia de otras ciudades sugiere palancas realistas de mejora, combinando gestión, participación y diseño urbano:

  • Calendarios de recogida más frecuentes, con refuerzo tras picos estacionales y eventos.
  • Limpieza “de choque” en puntos críticos, seguida de mantenimiento fino.
  • Alumbrado inteligente y microintervenciones de diseño en cruces y plazas.
  • Policía de proximidad, con rutas previsibles y presencia a pie en tramos sensibles.
  • Co-gestión con comercios y asociaciones, vinculando incentivos y sanciones.
  • Indicadores públicos de desempeño, visibles en cada distrito para generar confianza.

Marsella no está condenada a este estigma, pero necesita continuidad, coordinación y Resultados tangibles a barrio escala. La ciudad que fascina por su luz y su mezcla cultural puede también ser referencia en civismo y gestión, si convierte diagnósticos en rutinas eficaces y medibles. En esa constancia se juega la credibilidad de su metamorfosis urbana.

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